Cuando Sebastián Vega se sintió atraído por primera vez por un hombre, ya estaba en sus veintes y con una carrera profesional en el básquetbol argentino.
La sensación no solo fue extraña, sino paralizadora; no se lo podía decir a nadie.
Ese día empezó a tener dos vidas: la que veían los demás, de un deportista heterosexual, y la interna, muy privada. Con mentiras, muchas mentiras. Y un gran desgaste por aparentar lo que no era y que nadie se diera cuenta.
Hasta que hace cinco años decidió hacerlo público y se transformó en el primer basquetbolista profesional abiertamente gay en América Latina.
Y hace pocas semanas, al coronarse bicampeón del torneo local con Boca Juniors a sus 37 años, sorprendió al festejar con una bandera inusual para las canchas de básquetbol: la del arcoíris.
Sobre cómo llegó hasta acá, Vega conversó con BBC Mundo.

¿Cómo fue tu salida del clóset, o tus salidas del clóset?
Es cierto eso de "tus salidas", porque fueron tantas veces las que tuve que hablarlo, comunicarlo, o volvió a surgir el tema…
Cuando tenía 20 o 21 años empecé a sentir atracción por un hombre y no lo podía expresar. Tampoco entendía qué me estaba pasando exactamente, cómo me podía atraer una persona del mismo sexo. Tenía muchas estructuras, muchos prejuicios.
Con él no pasó nada, pero poco después tuve mi primera experiencia gay.
Con la segunda persona con la que me vinculé fuimos pareja durante casi siete años. Y yo mentía constantemente. Decía "me voy de vacaciones con amigos" cuando en realidad me iba con él. O "me voy a dormir a casa de una amiga" y me iba a su casa. Una mentira tras otra.
Fue una época bastante oscura en mi vida que me llevó a lesionarme deportivamente, porque mi cabeza estaba gastando energías en otras cosas. No quería exponerme con mi novio, él no iba a verme. O, si iba, terminaba el partido, se volvía al departamento y ni nos cruzábamos.

Nadie nos veía afuera, yo evitaba que la gente lo conozca o que nos vieran compartiendo, para que no pudieran decir "Seba puede ser gay". No podía decir lo que estaba pasando, pero mi cuerpo, sin duda, estaba expresando que algo tenía que cambiar.
A los 26 o 27 años decidí empezar por decirle a mis padres, que para mí son lo más importante. Mi papá me preguntó qué pensaba hacer con el básquet, no porque no quisiera que fuese gay, sino por la discriminación.
Después le conté a mi círculo más íntimo, a mis amigos, y fue como: "Hasta acá llego, es lo que necesito por ahora". En el ambiente del básquetbol todavía no se sabía.
Se supo con una carta pública en marzo de 2020. ¿Por qué lo hiciste?
Porque no podía más. Me había separado, empecé a estar mal nuevamente y había llegado a un límite. Quería ser yo y quería ser feliz, incluso si tenía que dejar de jugar al básquet. No me importaba. Esto es lo que soy.
Pero, al mismo tiempo, sentía que estaba siendo hipócrita. Desde el lugar que tenía podía ayudar un montón de gente, y no lo estaba haciendo.

¿Creíste en algún momento que no te ibas a poder dedicar profesionalmente al básquet por tu sexualidad?
Sí. De hecho, estudié una carrera universitaria, relaciones laborales, para retirarme joven y hacer mi vida amorosa tranquilamente, fuera del ámbito deportivo, de tanta presión. Más adelante, cuando no podía resolver el tema y tenía tantas lesiones, pensé "esto no va más, no voy a poder con todo esto, me voy a retirar".
¿Sufriste discriminación en el básquetbol?
Sin duda. Es algo constante que cansa y duele. Uno está medio curtido, pero hay una familia detrás, amigos, que sufren.
Muchas veces se dice que los insultos homofóbicos son parte del folclore del deporte, que lo dicen para que juegue mal, para sacarme del partido, pero a veces puedo reaccionar de buena manera y otras de una forma que no me enorgullece. Por redes sociales también, el hate es jodido.
Ante tanta ignorancia o tanta discriminación, lo más importante es educar.

¿Los insultos provienen solo de las hinchadas o también de jugadores rivales?
Siempre desde afuera de la cancha. Con los jugadores no me ha sucedido y era uno de mis grandes miedos, de parte de los contrarios o incluso mis compañeros. No se han metido ahí, y eso me pone muy contento.
Antes de que salieras del clóset en el ámbito deportivo, ¿había conversaciones de vestuario que te incomodaban?
Constantemente. Mucho chiste, entre comillas, pero se decían cosas bastante duras y al no tener resuelto ese tema, era meter el dedo en la llaga todo el tiempo.
Yo no podía hablar, no podía explicar, no podía defender o dar mi punto de vista. Si lo hacía iban a decir “sos gay”, me delataba, entonces trataba de no manifestarme para que no se sepa nada.
Un día estábamos en el colectivo [autobús] yendo a jugar a otra ciudad, y se armó un debate de cómo saber si alguien es puto [gay] -se usa mucho esa palabra-.

Recuerdo muy clarito que uno dijo: "A mí, si me toca un compañero puto en el vestuario, no me baño".
Fue fuerte para mí. Me metía a bañarme rápido primero y me iba rápido. O esperaba que todos se bañen, hacía tiempo con el teléfono, para ir último.
En ese momento me dolió bastante. Hoy es algo que él tendrá que resolver, porque para mí es totalmente natural. Mis compañeros lo entienden y no hay ningún debate necesario.
Pero un montón de situaciones de este tipo me llevaron a aislarme muchísimo. Fue un momento muy oscuro, estaba muy solo. Ponía un muro y no permitía que nadie entre porque no quería dar explicaciones. Fue mucho de vivir el proceso solo y fue bastante duro.
¿Por qué es más difícil salir del clóset en el deporte?
Me acuerdo de estar en mi casa con la computadora, googleando "deportista profesional gay", "basquetbolista gay", porque necesitaba un ejemplo a seguir, y no lo encontraba en ningún lado.
El deporte va mucho más atrasado en diversidad sexual. Hay mucha presión. En el deporte masculino te gritan "¡dale, corré, no seas puto, no seas maricón!". Como si el ser puto estuviera vinculado a ser débil.

Muchas veces han preguntado: ¿y cuál es Vega? ¿El 17 es el que es gay? Pero no se nota en la cancha. Juega fuerte, choca, va al piso.
Me pregunto qué tiene que ver una cosa con la otra.
Mucha gente ha dejado el deporte por su sexualidad, por no poder con tanta presión. Es momento de que eso empiece a cambiar.
¿Cómo se te ocurrió festejar en el aro con la bandera del arcoíris?
El año pasado lo había pensado, pero entre una final y otra me olvide. Y este año me pregunté: ¿Y si lo hago? ¿Y si me animo?
Se lo conté a una amiga y me dijo que justo me quería regalar la bandera del orgullo.
La compró y la llevó a la cancha. La tenía en la cartera, y cuando salimos campeones, los familiares al principio quedan afuera y después ingresan a la cancha. Un compañero había cortado la red de un aro y faltaba el otro.

Mi amiga estaba afuera de la cancha y me hacía señas como diciendo "tengo la bandera". Y por momentos ese miedo volvió, ese miedo invadió: "No sé si estoy capacitado, no sé si me animo, no sé si vale la pena hacerlo". Pero nadie se subía, nadie cortaba la red, era como si ese aro me estuviese esperando a mí. Y dije "es el momento".
Tomé coraje, fueron cinco segundos entre que pensé todo eso, subí al aro con ayuda de mis compañeros, y ahí mandé a uno de los chicos a buscar la bandera. "Tiene que ser hoy", pensé. La gente explotó, me empezó a aplaudir, y fue algo maravilloso.
Hay países donde hacer eso implicaría que hoy estés en la cárcel, en otros es pena de muerte. ¿Qué te genera eso?
Me lo decís y se me pone la piel de pollo. Es una locura que todavía en 2025 estas cosas sigan pasando. Que hoy me pueda subir a un aro con una bandera del orgullo y sea un acto de valentía... debería ser totalmente cotidiano.

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